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El futuro empieza hoy

Alfredo Tiemblo Ramos. Físico Teórico

El último tercio del siglo XIX asiste a un proceso del que se pueden extraer conclusiones a las que es menester dedicar la mayor atención. James Clerk Maxwell, científico escocés que ha escrito su nombre, casi legendario, en la historia de la física, publica en 1873 su Tratado de Electricidad y Magnetismo. Estamos ante el científico fundamental que establece una admirable síntesis físico-matemática de todas las leyes, penosamente descubiertas a lo largo de la historia precedente, en forma de un conjunto de ecuaciones que llevan su nombre y que permiten establecer las bases para el control de todos los procesos electromagnéticos. Conviene notar que los recursos implicados en su trabajo son el lápiz y el papel o la tiza y la pizarra. Ejemplo pues evidente de física esencialmente teórica y de carácter básico.

Pocos años más tarde Heinrich Hertz confirma en el laboratorio la existencia de ondas electromagnéticas; no hacen falta conductores de cobre para transmitir el campo electromagnético a distancia; el propio vacío se constituye en un medio a través del cual electricidad y magnetismo se pueden propagar cuando adoptan la configuración de ondas. Estamos en este caso ante el científico experimental capaz de llevar a la práctica en el laboratorio los resultados de una formulación abstracta.

Es por fin en 1900 cuando una figura extremadamente diferente, Guillermo Marconi funda sobre estas bases una empresa comercial, la Wireless telegraph and signal company l.t.d. No es la ocasión para glosar el contencioso entre Marconi y Nikola Tesla, personaje, por cierto, este último en el que no escasean ciertos ribetes de misterio. Son apenas treinta años los que median entre la formulación abstracta, la experiencia de laboratorio y su transferencia al sistema productivo.

Resulta necesario aquí señalar que cuando uno retrocede milenios en la historia humana los caracteres esenciales están asociados a sus industrias específicas. Poco sabemos de las instituciones políticas y sociales, si es que se fueron más allá del grupo y la tribu en la Edad de Piedra. Por ello la definimos, sin ambigüedad, por la aparición de la piedra tallada. Acertamos sin duda al hacerlo así porque ese mínimo proceso tecnológico fue el elemento determinante de la vida del hombre. Más tarde en circunstancias parecidas hablaremos de la cerámica o de los metales. Acertarán pues, sin duda, los historiadores que destaquen dentro de algunos milenios el proceso que hemos glosado como el principio de la era en la que el hombre controló las fuerzas electromagnéticas.

Es muy difícil hoy día encontrar ningún dispositivo, como no sea el abanico o el botijo, que no se base en última instancia, en el uso de las fuerzas electromagnéticas. Los motores eléctricos, las comunicaciones o los sistemas informáticos son, en definitiva, aplicaciones de las ecuaciones de Maxwell; ellas han permitido al hombre superar barreras ancestrales. Es decir, están escribiendo la Historia Humana en unas dimensiones que tienen casi la fisonomía de un sueño.

Todo esto ocurre, como hemos visto, en un intervalo de treinta años pero para entender el mundo de hoy y aún mejor el de mañana hay que darse cuenta de que en nuestros días el tránsito de la investigación fundamental al sistema productivo se ha hecho tan breve que adopta, en ocasiones, casi el sesgo de lo inmediato.

No hay ciencia aplicada sólo aplicaciones de la ciencia y no comprender esto es situarse al margen de la Historia. Prudentemente cabría decir que a la postura arcaica que justificaba la ciencia en base a su posible utilidad en las aplicaciones industriales, cabe oponer hoy día la postura contraria estableciendo que sólo un sistema tecnológico capaz de incorporar el conocimiento nuevo, puede considerarse actualmente útil en una sociedad desarrollada.

Nos enfrentan los nuevos tiempos, no obstante, a la obstrucción que supone la relativa escasez de recursos energéticos, pues, en el fondo, la energía es, sin duda, el recurso natural que puede hacer posible superar los obstáculos en los que se desenvuelve la realidad humana.

En este sentido hay que decir que sin entrar en el debate de la evidente procedencia del uso de energías renovables y de otro tipo, cuando se habla de energía, se está hablando casi como sinónimo de la fusión. La fusión no es una fuente de energía sino “la fuente de energía”. El Universo es un sistema que usa esencialmente la fusión como recurso necesario para la magnitud de los procesos implicados. No me cabe duda de que los historiadores de ese remoto futuro al que ya he aludido después de la era en la que una civilización controla el campo electromagnético, situarán la etapa en la que una sociedad llega a ser capaz de controlar las fuerzas nucleares y por tanto, la fusión.

Estar, pues, con presencia activa en las iniciativas sobre fusión controlada no es una opción sino un imperativo. Resulta curioso señalar que de este modo el desarrollo de una sociedad admite un evidente paralelismo con la historia evolutiva del Universo en la que a una era de la radiación sucede otra de la materia. De este modo el Hombre vendría a seguir la vieja doctrina según la cual nuestra mejor oportunidad es imitar los procesos de la Naturaleza.

No quiero terminar estas líneas sin dejar volar un poco la imaginación señalando que a la era de la materia sucede en el Universo la de la gravitación pero aquí el horizonte señala a un futuro que todavía apenas atisbamos. No obstante sólo el control de la gravitación dará paso a la era en la que el Hombre se transforme con propiedad en ciudadano del Universo.