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Las conferencias en el INACS

Ricardo Díez Hochleitner. Presidente de Honor del Club de Roma. (1928 2020)

Educar para la paz.

Ante todo, quiero agradecer a los organizadores por haberme distinguido con el encargo de hablar ante Vds. sobre la primordial y urgente tarea de educar para la paz. Considero un verdadero privilegio participar en el Curso Superior sobre Transmisión de Valores de Convivencia y Dinámica de Civilizaciones, organizado por el Instituto Ciencia y Sociedad, (INACS) con la colaboración y el patrocinio de relevantes Instituciones, bajo la dirección de los profesores don Octavio Uña Juárez y don Juan Carlos Olea Cañizares.

Los organizadores han escogido el tema clave en los comienzos del nuevo siglo: Se trata de ver si, de una vez, no solamente hablamos y proclamamos valores éticos fundamentales universales sino que logramos, al fin, llevarlos también a la práctica de forma coherente y continuada. A tal fin se requiere una visión no solamente a favor de la paz en nuestro país sino también en bien de cada Estado-nación, en Europa y en todo el mundo.

Lo que importa hoy en día es el reencuentro y el diálogo universal de culturas y creencias, muy particularmente ante el grave y sangriento conflicto en Oriente Medio. Pese a los amenazantes enfrentamientos actuales, cargados de fanatismo, ignorancia y egoísmo, tenemos que aportar razones sólidas para la esperanza.

La violencia ha sido y es parte de todas las sociedades. Las condiciones propicias a una cultura de la violencia incluyen el egoísmo y el fanatismo favorecidos por la ignorancia. A su vez, la violencia engendra violencia.

Los educadores se enfrentan cada vez más con esta realidad y tratan de contrarrestar la violencia gracias a una cultura a favor de la paz. Sin embargo, sin cambios en la sociedad, la educación por sí sola no puede resolver todas las causas de la violencia y de los conflicto. La educación proporciona no sólo formación y habilidades para subsistir, vivir y convivir, sino que es además el medio más poderoso que tenemos a nuestra disposición para revocar el llamado a la violencia y a las armas.

Recuerdo el año 1968 cargado de tensiones entre los jóvenes universitarios occidentales, cuando regresé a España, tras muchos años de intensa actividad internacional, para orientar la gran reforma educativa del 70 (LGE). Había entonces abundantes y urgentes problemas a los cuales hacer frente, pero aún no se era plenamente consciente de la complejidad de un mundo ante el inexorable proceso de cambio acelerado nacional y posterior internacional, ni se disponía entonces de tantos medios como existen ahora para acelerar ese proceso, para bien o para mal.

Ahora estamos ante un mundo aún mucho más cargado de graves desafíos a corto y medio plazo, aunque también sean muchas las oportunidades y las razones para la esperanza, con un balance histórico de no pocos grandes logros frente a inmensos fracasos y mucho dolor acumulado.

Por otra parte y frente a muchas declaraciones importantes, en particular la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tantas veces conculcados, todavía no proclamamos igualmente nuestros deberes individuales y colectivos. Más aún, estamos necesitados de una visión global, interdisciplinaria y a largo plazo (palabras claves que, como Presidente de honor del Club de Roma, no puedo dejar de mencionar, al menos).

Cada uno de estos aspectos es fundamental, concretamente cara a la paz, pero además es indispensable hacer una reflexión tanto global como local para tratar de encontrar soluciones a los numerosos factores que amenazan la paz y que se concretan en torno a los ciudadanos de cada comunidad local, de cada Estado y del mundo en su totalidad, incluidas sus múltiples identidades culturas y civilizaciones milenarias.

Por todo ello quiero plantearles a continuación una serie de interrogantes así como de reflexiones a título de elementos para un debate posterior que nos ayude en la misión de contribuir a asentar unas bases sólidas para un futuro en paz.

Para empezar, debemos hablar sobre la llamada cultura de paz y la pregunta inmediata es: ¿De qué cultura y de qué paz hablamos?: De una cultura humanista, desde luego. Sin embargo, ¿tenemos bien en cuenta que la cultura humanista, para ser tal, tiene que ser integral? Es decir que no podemos quedarnos reducidos a parcelas por intereses coyunturales. A veces se pone énfasis en algunos aspectos y se olvida que las ciencias sociales, humanas, naturales, científicas y aun tecnológicas tienen que ser aprendidas y aplicadas al servicio de la paz de forma interdisciplinaria o integral.

Desde esa visión global de la cultura, literaria y científica, así como de un humanismo en el marco de una civilización de lo universal, como gustaba decir René Maheu, existe una tendencia hacia la convergencia global de las muchísimas identidades culturales que conviven en el mundo. En un Informe al Club de Roma, titulado “Diez mil identidades culturales y una sola civilización global“, de nuestro colega rumano Mircea Malitza, hemos podido identificar más de doce mil identidades culturales bien definidas, en base a las cuales se podrían hacer reclamaciones desmedidas de autogobierno si se llevara al absurdo el afán de poder disgregador de algunos hasta hacer imposible la gobernabilidad así como la cooperación internacional y un orden mundial viable.

Los educadores deben ser conscientes de la violencia que existe en medio de prácticamente toda cultura y deben estar preparados para combatirla con imágenes de paz. Sin embargo, los enfoques educativos más generalizados parten de conflictos de los que la gente sale victoriosa o subyugada. En la mayoría de esos ejemplos se celebra la gloria del conflicto. La violencia y el derramamiento de sangre se asocian demasiado a menudo con cuadros heroicos. Desde los círculos infernales de Dante hasta las pinturas de los templos hindúes de Bali, nuestra imaginación está repleta de imágenes de violencia.

Ante tanta violencia necesitamos invocar a las musas para inspirar a nuestros poetas y pintores para que inventen e ilustren esperanzas y utopías que vayan más allá de la paz bucólica para iluminarnos con la viabilidad de una paz global, mundial. Por ejemplo, en la lengua Masai, se emplea la misma palabra para paz que para belleza. El enlace de estos dos términos provee un mensaje subliminal muy importante, a saber: Sin paz no hay belleza.

Por lo que se refiere a la paz, también habrá que tratar de aclarar a qué paz nos referimos. Hablar de la paz está muy bien, desde luego, pero ¿qué entiende cada uno por ello? ¿Nos referimos a la paz de los muertos y a la paz del silencio, de la sumisión, de las dictaduras, es decir a una paz pasiva? Ante la ausencia de un conflicto mundial, también pudiera parecer que el mundo está en paz.

¡No!: el mundo está cargado de conflictos. La paz verdadera tiene que caracterizarse por ser activa, resultado del diálogo en convivencia, de la lucha eficaz contra la pobreza basada en la cooperación desde la solidaridad y la tolerancia, o sea y sobre todo desde el respeto hacia los demás, cualquiera que sea su ideología o creencia (religiosa o agnóstica), gracias a una conciencia profunda sobre la inviolabilidad de la dignidad humana individual y colectiva. ¿Es a todo eso a lo que nos referimos? En tal caso y para servir esa paz en el seno de cada país hay que asegurar la libertad y consiguiente democracia, que comience con elecciones plenamente libres y, a partir de ahí, actúen como democracias realmente participativas por parte de todos los ciudadanos y que incluso sean también anticipatorias, es decir, que expliciten su respectiva visión y metas de futuro en vez de limitarse casi siempre a programas a corto plazo, concretamente al correspondiente periodo legislativo. Pero, además, una democracia, que merezca actualmente tal nombre, requiere asegurar un desarrollo sostenible, de hombres viviendo en armonía con la naturaleza. Un desarrollo sostenible, viable, de progreso y bienestar, que además debe ser social y humano.

Hoy en día las amenazas graves a la paz provienen generalmente de las disparidades y de la pobreza creciente, del desempleo ominoso, de las discriminaciones en el proceso de globalización y de la distribución de los recursos naturales, del fanatismo, de ambiciones de dominio, político, ideológico, económico y militar, etc., pese a lo cual no somos o no queremos ser conscientes de ello porque incomoda nuestro egoísmo. Sin embargo, la paz es tan indivisible como la libertad: O bien todos se benefician de una paz atenta a esa diversidad de factores o no se logra la paz. Y eso hay que decirlo también frente a la xenofobia, la marginación y, muy particularmente, frente al odioso terrorismo que ya se extiende por doquier.

En resumen: Cuando hablamos de paz o de violencia y de guerras, nos estamos refiriendo a la paz frente a los terroristas, a los bandoleros, a los secuestradores, a los narcotraficantes, a los proxenetas, y a muchos otros trágicos actores de la muerte, todos ellos parte de la misma ralea junto con los racistas, xenófobos o integristas intolerantes. De ahí también que la educación para la paz tenga que partir de una formación básica y permanente en valores éticos y, a ser posible, morales.

Y por lo que refiere a humanismo y educación, en tanto que pilares de la paz, también pregunto: ¿De qué humanismo y de qué educación estamos hablamos? ¿Se trata de un humanismo con visión a largo plazo y global, desde cuya reflexión se pueda lograr un desarrollo sostenible humano y social? En tal caso, ese humanismo necesita de la ciencia. El humanismo integral se refiere al hombre en su integralidad de espíritu y de cuerpo. Por lo tanto tiene que atender a múltiples facetas e interrelacionarlas. Tal es, a su vez, el gran desafío para la educación, para poder atender los saberes necesarios a favor de una formación integral de la persona, sin olvidar, la dignidad de cada ser humano y su destino.

De ahí que convenga insistir en que educar, propiamente dicho, se refiere a la tarea de formar íntegramente y a lo largo de toda la vida (educación permanente), transmitiendo no sólo conocimientos humanistas, científicos y tecnológicos sólidos, además de habilidades y competencias profesionales, sino muy especialmente infundir y practicar actitudes y hábitos coherentemente con los valores éticos y convicciones particulares que dan sentido a la vida personal y de convivencia en sociedad. Por lo tanto, en materia de educación, tenemos que saber ocuparnos del acto educativo, tanto en el aula como en el seno de la familia y en el respectivo entorno social.

Partimos de la idea de que es esencial la transmisión de la cultura, de saberes, de valores, de hábitos, de instrumentos para la vida activa, de apoyos para una vida cultural propia y, no menos, de una vida interior. Sin embargo, esa tarea no es sólo de los padres, aunque sea su principal e indeclinable misión, sino también de los educadores profesionales, que no tienen por finalidad enseñar, simplemente, sino también formar, en el sentido “humboldiano“ (erziehen, es decir algo así como: sacar a la superficie lo mejor de cuanto llevamos dentro). Y luego, también hay que recordar la responsabilidad de los propios alumnos entre sí, de los compañeros, además de todos los sectores de la sociedad, incluyendo, desde luego, a los políticos en sus mensajes, a los empresarios y a los militares en su respectivo campo de acción, a los predicadores y hombres de fe (que deben ser, por definición, profundamente conscientes de su misión educadora), así como a los escritores, periodistas y medios de comunicación social, quienes tienen el deber de orientar a la opinión pública en cuanto “educadores de futuro”, como me gusta llamarlos.

Tantas y tan importantes aspectos de una educación para la paz, ¿desde qué enfoque se deben y pueden proyectar? ¿Desde la permisividad, siempre contraria al ejercicio verdadero del amor de los padres y de los educadores? o ¿desde unos valores éticos y morales? De no ser así, no van a surgir sentimientos, actitudes, ni hábitos pacíficos o en favor de la paz. Sin embargo, si se educa inspirados por valores éticos y morales propios de una cultura de paz, entonces sí se puede prevenir la violencia, es decir, se puede ayudar a que se ejerza la justicia y la convivencia con amor, empezando en el seno de la familia. Tal es la “dimensión ética de la educación para la paz“.

Desde la observación mundial de los grandes problemas y desafíos, el contravalor que está cada vez más en auge, causa de tanta violencia y falta de paz, es el egoísmo. Por cierto que el egoísmo va siempre de la mano de la ignorancia supina, aunque sean gentes con muchos títulos, del mismo modo que, por contraposición, el conocimiento contribuye siempre a la solidaridad si se aprovecha a la hora de resolver los problemas. Por eso es que queremos una educación que forme, desde luego, sobre nuestros orígenes, devenir, realidad presente y futura posibles, además de una educación que permita alcanzar una cultura integral, tanto literaria como científica y tecnológica, incluidas las nuevas tecnologías, para superar el actual analfabetismo funcional de muchos supuestos hombres cultos. Eso es lo que debe constituir el entramado del mundo de hoy y del mañana: Acceder al conocimiento y superar el egoísmo. Propugnar una educación para que logremos la paz individual, la paz interior, desde la buena conciencia. Si no fuéramos tan ignorantes en nuestras actuaciones egoístas, nos daríamos cuenta que la cooperación y la solidaridad (el amor para con el prójimo) la tenemos que ejercer aunque sea por “egoísmo ilustrado”. Salud, nutrición, agua potable, trabajo, energías renovables, etc. son necesidades básicas y, para todo ello, se requiere igualdad de oportunidades en materia de educación. Por eso prefiero que eduquemos no sólo para la solidaridad sino simple y claramente para la paz “entre los prójimos” y en el seno de la familia, en el seno de cada sociedad, con mutuo respeto para lograr la convivencia.

Esa paz entre pueblos, culturas, ideologías y creencias necesita del poder de la palabra, de la literatura, de las obras cumbres de la humanidad, de los libros sagrados, y si están escritos en español mejor aún porque, como decía mi padre, “el español tiene la energía del latín, la sonoridad del griego, la sensibilidad del árabe y, por lo tanto, bien se puede decir, que es una de las más bellas y perfectas lenguas que se hablan sobre la faz de la tierra”. Sin embargo, hay que poner mucha atención a las palabras que elegimos y usamos. Cada palabra se distingue y cobra fuerza por su forma, si bien lo más importante es su contenido, empezando por su etimología que nos adentra en su significado, en su alma.

Y a propósito de las lenguas, desde el Renacimiento ha habido proyectos dignos de admiración para crear idiomas internacionales. El esperanto fue un destello brillante durante algún tiempo. Sin embargo, no necesitamos un idioma internacional que substituya a todos los otros idiomas. No necesitamos elegir un idioma global único, aunque ahora utilicemos el inglés a modo de “esperanto instrumental mundial”. A mi modo de ver, el único lenguaje universal aceptable por excelencia son las Bellas Artes, en general, y la música, en particular, que nos hablan a todos con sus mensajes, los cuales llegan directamente al cerebro y, sobre todo, al corazón.

Lo que sí precisamos es aprender otros idiomas para obtener una mayor sensibilidad y comprensión hacia otras culturas y a sus gentes y, puesto que todas las escuelas deben llegar a ser islas de paz, sus planes de enseñanza deberían incluir al menos un segundo idioma y formar para la convivencia desde el respeto hacia las demás culturas del mundo. Así, por ejemplo, los programas de estudio debería incluir algunas lecturas de obras de su propia identidad cultural pero esforzándose por asumir una mirada crítica desde los puntos de vista de otra cultura. De este modo, cada estudiante debería aprender a verse desde la perspectiva de otros ojos.

Si queremos fomentar la paz y la no-violencia, tenemos que exigir que se escriba siempre la historia de la paz, mostrando como es interrumpida cruelmente por la guerra. De este modo, si ponemos la pluma al servicio de la causa de la paz, la pluma será en verdad más poderosa que la espada: Necesitamos reemplazar la glorificación de la guerra por la de la paz. Las Naciones Unidas deberían publicar una historia de la paz, una historia mundial nueva en la que los artesanos de la paz sean celebrados como héroes o heroínas. Se necesita identificar a los héroes del pacifismo civilizado y reemplazar la celebración de todo militarismo al servicio de la violencia. ¿Quiénes fueron los arquitectos de la paz en el pasado? Es mucho más frecuente conocer los nombres de los generales que combatieron en batallas decisivas que conocer los nombres de quienes negociaron y firmaron los tratados de paz.

Voltaire, al reflexionar sobre la historia, decía que lo único que merecía ser relatado son las creaciones científicas y artísticas en tanto que herencia para las próximas generaciones. El siglo pasado nos dejó grandes descubrimientos y logros que deberíamos celebrar. Ello no quiere decir, en modo alguno, que debiéramos olvidarnos de quienes lucharon por la libertad y la democracia. Se trata de utilizar la historia como la mejor lección magistral para la mente y el corazón de cada erudito, además de tratar de modelar la voluntad individual y colectiva para que las guerras se destierren de una vez y para siempre!

En resumen: Para cooperar en la solución de las necesidades básicas de todos bajo el signo de la solidaridad y del amor, tenemos que procurar un cambio de paradigma en la civilización actual. Es decir, pasar del pensamiento dominante (materialista, consumista y derrochador) hacia un humanismo renovado, gracias a la educación de todos basada en valores y consciente de la inexorable necesidad de lograr un desarrollo sostenible social y humano, en paz y en armonía entre los hombres y de éstos con la Naturaleza, nuestro habitat.

Las escuelas son un espejo de la sociedad, pero la sociedad del mañana será un espejo de nuestras escuelas de hoy. Por ello, si logramos cambiar los sistemas educativos de forma seria, objetiva y con firme sentido de continuidad en lo esencial, en tal caso podremos cambiar también el mundo y mejorar las expectativas para la paz. Podemos llegar a crear un clima en el que el respeto, la tolerancia y la generosidad de espíritu sean aceptadas como metas anheladas por todos, junto con condiciones económicas y sociales dignas para los individuos y la sociedad.

En consecuencia, necesitamos adoptar un modelo educativo nuevo y bien definido hasta lograr una verdadera revolución en la enseñanza y en el aprendizaje. La utilización de las nuevas tecnologías pueden y deben contribuir a superar más rápida y eficazmente las barreras de tiempo, espacio, economía y cultura que separan a las gentes. Pero éste no es el obstáculo mayor. El problema de fondo es lograr crear un honesto afán de cambio viable y sostenible a favor de una paz activa. Lo cierto es que todos reconocen el papel clave y el poder de la educación por lo que ningún Estado está dispuesto a ceder el control de esta fuente de poder cultural, económico y político. Nunca se ha propuesto aún un plan o programa educativo internacional o global, excepción hecha de algunos debates en torno a informes mundiales de la UNESCO, del Banco Mundial o la OCDE con cifras comparativas sobre el rendimiento de los estudiantes. El interés, en estos casos no es global sino que suele estar centrado desde perspectivas nacionales, por ejemplo para estudiar cómo la propia fuerza laboral podría competir favorablemente a fin de que sus propios hijos logren un gran bienestar ante la competitividad existente.

Frente a todo ello, debe existir un reconocimiento internacional de la importancia de la educación y del significado del papel del profesor en beneficio de cada ciudadano del mundo. Se debería crear un centro de investigación internacional para re imaginar y volver a formular los métodos con que se enseña y se aprende para crear un plan educativo verdaderamente global.

Lo que la gente merece cuanto antes es una visión inspiradora y viable, acompañada de un vigoroso liderazgo. La escuela debería ser el punto focal desde el cual esa visión resplandeciera. Cada acción, cada pensamiento debería estar al servicio de la visión de un mundo desde el que sean desterradas la violencia, la intolerancia, el egoísmo y la ignorancia.

La educación para la paz no es un sueño utópico. Es una posibilidad que no depende de un solo acto, un solo lugar, una sola escuela, un solo profesor. Puede ser, más bien, una realidad en cada comunidad, en cada escuela. La creación de valores y de certezas morales no depende de leyes ni reglas, sino de un gran continuo de actos pequeños, los que combinados con la voluntad humana, pueden y van a conseguir su propósito. La muralla de Berlín se derrumbó bajo el peso de la voluntad del pueblo. No existe fuerza más poderosa que la voluntad humana y política. Esta debe emplearse en derribar muros, no en construir los muros; en depositar las armas en los museos, no en enterrar minas terrestres.

La educación no solamente ocurre en la escuela, institutos, colegios o facultades, ni a determinadas horas. La educación acontece cada día, todo el día. Cada uno de nosotros inconscientemente es un educador, a veces sin saberlo. Cada uno de nosotros es o debe ser un ejemplo a seguir; un activista de la “pedagogía del ejemplo”. La educación es la responsabilidad no sólo del maestro o de los padres. Es la responsabilidad de cada ciudadano. El plan educacional que precisamos crear debe ser compartido por todos. Esto quiere decir que todo proyecto educativo debe irradiar mucho más allá del aula. Debe ser un plan de vida que conlleve un plan para el futuro de la vida en la tierra. De ese modo, el mundo nuevo en ciernes permitirá que la grandeza del espíritu humano se eleve y haga de cada uno de nosotros los co-artífices del futuro. Por todo ello debemos volcarnos en los jóvenes y animarles a que asuman sus responsabilidades y el liderazgo necesario para hacer realidad un futuro mejor y en paz. Para concluir, quiero evocar el jeroglífico egipcio que representa el concepto de Humanidad, representada por la boca, la lechuza y la cuerda. La boca representa la capacidad de expresarse con la palabra; la lechuza simboliza la sabiduría; y la cuerda, hecha de tantos hilos, representa la deseable convivencia para vivir en paz. La palabra, la sabiduría y la convivencia es un buen compendio de la educación para la paz que, entre todos, debemos ofrecer a la Humanidad.

Formación.

Las críticas circunstancias actuales exigen avivar el debate sobre la educación, (FORMACION). Sin duda interesa hacer un balance crítico del pasado, encontrar soluciones a los problemas más inmediatos y perfilar las expectativas futuras. Sin embargo, es forzoso reconocer que los tiempos ya no son tan favorables al desarrollo de la Educación como lo fueron en el mundo en otros tiempos, años durante los que existía un convencimiento profundo y generalizado sobre los bienes que se derivan de la educación, tanto en el plano personal como en términos de su rentabilidad económica y social, si bien en el marco de la vana ilusión sobre un posible crecimiento material ininterrumpido. La expansión espectacular de los sistemas educativos tuvo ahí su principal punto de arranque con la conquista de nuevas fronteras para la libertad, el progreso y la dignidad humanas, bajo el lema de la democratización y la igualdad de oportunidades. La planificación educativa y las reformas globales promovieron igualmente la mejora sustantiva de la calidad de la enseñanza por todos los medios, en un espíritu decididamente favorable a la innovación y al estímulo de la creatividad, iniciándose una ordenación paralela de la gestión de la educación y de su financiación.

Esta década, al igual que la de los 70, está siendo progresivamente ensombrecida por la problemática global del mundo que se va haciendo omnipresente y tangible, se caracteriza por la desorientación y el pesimismo que se van imponiendo con el consiguiente cambio de prioridades. Esta realidad afecta también al sector educativo, por ejemplo, ante el desempleo masivo que surge como secuela dramática de la crisis económica y esta, a su vez, de la crisis energética y financiera. En este contexto los debates sobre política educativa , en vez de replantear a fondo objetivos, estructuras, contenidos y medios , se achatan e torno a intereses egoístas y a corto plazo, lo que ha terminado imponiendo una clara involución en todos los aspectos, junto con un gran desaliento y zozobra. Ese clima de ansiedad, de falta de rumbo y de mediocridad generalizada se prolongó y agudizó durante la gran crisis que empezó a vivir el mundo en la década de los años 80 y muy en particular actualmente ante una difícil transición, que esperamos llegue a ser, pese a todo, el preludio de un vigoroso renacer cultural y económico si tenemos la voluntad y ponemos el necesario esfuerzo para conquistarlo.

España no ha sido ni es una excepción en este proceso y las peculiares circunstancias vividas han incidido más bien desfavorablemente en el sector educativo. En todo caso, la democratización y modernización del sistema educativo en su conjunto se acometió en los años 70, 80 y más recientemente, pese a los condicionantes del momento, afortunadamente, aún antes del momento de la recesión económica. Sin embargo, fue demasiado tardío para asegurar una adecuada implantación, aparte de la multiplicidad de resistencias y la falta de continuidad producida por los frecuentes cambios de los equipos directivos, con la consecuente escasa coherencia entre los principios inspiradores iniciales y las acciones posteriores. A pesar de todo quiero creer que, objetivamente, la evolución política española se ha visto particularmente favorecida por el hecho del extraordinario desarrollo educativo que de este modo se propició.

Pese a todas las limitaciones iniciales y deformaciones posteriores, ahora se dispone de una base importante sobre la cual reajustar el presente y construir el futuro. En estos momentos, lo primordial es evaluar profesionalmente y con suficiente perspectiva el balance del pasado y la realidad presente para tratar de reorientar y potenciar tan decisivo sector para la vida colectiva. Estas evaluaciones, que deben ser sistemáticas y periódicas, todavía no se han realizado, excepto en algunos trabajos parciales o tendenciosos. Junto a la evaluación que permita objetivar la situación real, las actuaciones más inmediatamente urgentes son, por una parte, la determinación de las prioridades ante los problemas actuales pendientes de solución y por otra, definir los objetivos de futuro en relación con el modelo de sociedad al que se aspira ante las alternativas prospectivas que se avizoran para España.

Los problemas actuales corren el riesgo de ser desorbitados por los intereses políticos encontrados sin dar tiempo a profundizar y ajustar las soluciones en curso. Una reflexión desapasionada parece sugerir, sobre todo, la necesidad de mejorar considerablemente la administración de la educación a todos los niveles, con sentido de funcionalidad, de rentabilidad, de descentralización y de continuidad. Sólo así se puede exigir dedicación y calidad en la enseñanza, además de permitir recobrar la ilusión y la credibilidad entre administrados y administradores frente a la politización creciente, a las excesivas improvisaciones parciales y a las actuaciones cada vez menos comprometidas. La legislación vigente, dada su necesaria interpretación a la luz de los principios plasmados en la Constitución, es por ahora más que suficiente para reordenar e impulsar el sistema educativo a corto plazo. En cambio, para perfilar las expectativas futuras sí es preciso e incluso urgente iniciar cuanto antes un estudio prospectivo global que replantee con realismo ambicioso y coherente el conjunto de la Educación. Ello orientaría el desarrollo intelectual y el aprendizaje en España en relación con el desarrollo cultural, el progreso y el bienestar de cada uno de nuestros diversos pueblo, evitando caer en la atomización de soluciones en las Comunidades Autonómicas, las cuales corren riesgo de terminar siendo las primeras víctimas de este fenómeno.

En estas circunstancias, la primera tarea impostergable, cara al futuro, es relanzar los programas de investigaciones básicas y aplicadas al desarrollo de la educación a fin de promover la innovación creativa sobre una base fiable y poder anticiparse en lo posible a los acontecimientos. Esas investigaciones deben atender preferentemente la mejora de la calidad de la enseñanza. Así mismo servirán para permitir una revisión a fondo de los principios inspiradores y de los contenidos de la enseñanza que contribuya a la formación, en los valores y en las razones profundas de vivir, de una sociedad que necesita ser renovada en la autenticidad y preparada para anticiparse a las muy nuevas y dramáticas exigencias del mañana.

Junto con la actualización periódica de lo que se enseña, cobra también especial importancia dedicar la mayor atención posible al estudio de los mecanismos de aprendizaje individuales y colectivos que, siendo el ámbito que mayores avances y frutos promete, sigue siendo una gran interrogante. Sólo a partir de estos resultados se podrá conseguir a su vez la necesaria modernización de los métodos pedagógicos y de los medios de enseñanza que han sido presa de la desidia y la improvisación. La necesaria y progresiva interacción de los centros educativos con la familia y con los medios de comunicación social al servicio el aprendizaje, parece encaminar actualmente los sistemas educativos cada vez más hacia sistemas abiertos, con una participación más amplia de todos los agentes educadores y con una mejor posibilidad de formación previa y en servicio de cada uno de ellos. Pero además, el aprendizaje puede ser realizado más intensa y eficazmente por cada alumno , sobre todo a medida que se eleva el nivel científico de conocimientos y se generalizan las nuevas tecnologías, junto con otros muchos medios auxiliares, lo que permitirá llegar a crear una verdadera “aula unipersonal” en el respectivo domicilio.

La versatilidad de los sistemas abiertos de educación conviene tanto más cuanto que la actividad laboral se ha convertido en un bien particularmente preciado ante el cada día más numeroso desempleo y ante el decisivo hecho de que los potenciales nuevos puestos de trabajo tienden a corresponder en casi un 70% a profesiones totalmente nuevas que, por otra parte, son mayoritariamente del sector cultural o informático. En consecuencia, solo una estructura educativa muy simple, integrada y equilibrada en sus contenidos para permitir la formación básica necesaria para los respetivos niveles de competencia profesional, parece ofrecer una respuesta realista a la gran agilidad y capacidad de adaptación que va a exigir, cada día más, la posterior especialización o reconversión profesional.

Ese proceso educativo va a tener que poner, por tanto, cada vez más énfasis en la educación preescolar -en modo alguno sobre la base de la simple escolarización sino de la cooperación intensa de los padres debidamente formados para esa difícil y preeminente misión- e incluso atendiendo a los progenitores a lo largo de la gestación y en torno al nacimiento del niño en vista del mejor desarrollo intelectual y equilibrio psíquico que una adecuada estimulación precoz puede proporcionar. Todo parece indicar, también, que la educación básica, por su parte, seguirá siendo el gran trampolín cultural para la vida activa, la cual exige un desarrollo armónico junto con la debida orientación para la gradual inserción futura al trabajo, sin que sea asunto esencial una u otra división en ciclos. De forma similar el Bachillerato, aunque sea muchas veces concebido simplemente como vía de acceso a la Universidad, es un paso más en el escalonamiento de una formación cultural más amplia y completa. La tentación de reestructurarlo por especialidades puede ser grande al confundirlo con un nivel para la profesionalización, o peor aún, para la especialización, olvidando que es más fácil y eficaz proveer una formación profesional acelerada de ese nivel sobre una sólida base cultural. Soluciones tales como las escuelas secundarias “omnicomprensivas” de Suecia o de los EEUU, que algunos proponen ahora, son por cierto viejas experiencias ampliamente superadas a la vista de sus considerables limitaciones y concomitantes desajustes sociales.

Por su parte, la universidad no está realmente necesitada de una legislación que refrende ahora su autonomía académica y mucho menos que condicione su futuro a comités mixtos para su gestión por los diversos estamentos. Lo verdaderamente esencial es reconquistar el espíritu de responsabilidad, vocación y servicio que nazca de entre profesionales y alumnos para que, gracias a la investigación de alto nivel científico y a la docencia que forme sólidamente, sirva a la sociedad desde lo que es su ámbito propio y no se limite a repartir los tradicionales títulos profesionales.

Estos y otros muchos aspectos esenciales requieren la reflexión y el debate públicos, además de analizar los costes y buscar la economía antes de actuar con planes a plazo más largo. El debate sobre la Educación es, al fin y al cabo, el debate sobre los desafíos y las esperanzas de una sociedad porque la Educación sigue siendo la clave del porvenir de los hombres.